miércoles, 4 de noviembre de 2015

LEY DE SAY

LEY DE SAY

     En economía, la ley de Say es un principio atribuido a Jean Baptiste Say, que indica que no puede haber demanda sin oferta.  Cuantos más bienes (para los que hay demanda) se produzcan, más bienes existirán (oferta) que constituirán una demanda para otros bienes, es decir, la oferta crea su propia demanda.  Expresado en palabras del mismo Say:  “Un producto terminado ofrece, desde ese preciso instante, un mercado a otros productos por todo el momento de su valor. En efecto, cuando un productor termina un producto, su mayor deseo es venderlo, para que el valor de dicho producto no permanezca improductivo en sus manos. Pero no está menos apresurado por deshacerse del dinero que le provee su venta, para que el valor del dinero tampoco quede improductivo.

Ahora bien, no podemos deshacernos del dinero más que motivados por el deseo de comprar un producto cualquiera.  Veremos entonces que el simple hecho de la formación de un producto abre, desde ese preciso instante, un mercado a otros productos”.






     Puesto que la llamada Ley de Say ha sido objeto de extensa controversia a través de los años, se transcribe el capitulo XV del Tratado de economía política de Juan Bautista Say.


DE LAS SALIDAS (DE MANDA)


     Suelen decir los empresarios de los diversos ramos de industria que no está la dificultad en producir sino en vender, y que nunca dejaría de producirse bastante mercancía si se pudiese hallar fácilmente su despacho.  Cuando el empleo de sus productos es lento, difícil y poco ventajoso, dicen que escasea el dinero.  El objeto de sus deseos es un consumo activo que multiplique las ventas y sostenga los precios.  Mas si se les pregunta qué circunstancias y que causas son favorables al empleo de sus productos, se nota que por la mayor parte tienen ideas confusas sobre estas materias; que observan mal los hechos y los explica peor; que tienen por constante lo que es dudoso; que desean lo que es directamente contrario a sus intereses; y que procuran obtener del gobierno una protección fecunda en malos resultados.

     Para formar ideas más seguras y de una aplicación de orden superior, con respecto a lo que proporcionada salidas a los productos de la industria continuemos el análisis de los hechos más comunes y constantes; comparémoslos con lo que ya hemos aprendido por el mismo medio; y quizá descubriremos verdades nuevas, importantes, propias para ilustrar a los hombres industriosos acerca de sus deseos, y de tal naturaleza que aseguren el acierto de los gobiernos que deseen protegerlos. 

     El hombre cuya industria se aplica a dar valor a las cosas, disponiéndolas de modo que tangan un uso cualquieras que sea, no puede esperar que sea apreciado y pagado este valor sino donde haya otros hombres que tengan medios para adquirirlo.  ¿Y en qué consisten estos medios?  En otros valores y productos, fruto de su industria, de sus capitales y de sus tierras; de donde resulta, aunque a primera vista parezcan una paradoja, que la producción es la que da salida a los productos.

     Si dijese un mercader de telas: Yo no pido otros productos en lugar de los míos, sino solamente dinero; se le demostraría con facilidad que si su comprador se pone en estado de pagarle en dinero, es a consecuencia de las mercancías que el vende también por su parte.  “Un arrendador (se le podrá decir) comprara las telas de Ud, si tiene buenas cosechas y serán tantas más las que compre cuanto más haya producido.  Si nada produce, nada podrá comprar”.

     “Ud, mismo no puede comprarle su trigo y sus lanas, sino en cuanto produce telas. Se empeña ud, en que lo que necesita es dinero, y yo le digo que son otros productos.  En efecto ¿para qué quiere un, el dinero?  ¿No es con el objeto de comprar primeras materias para su industria, o comestibles para su consumo? Con que lo que ud, necesita son productos y no dinero.  La moneda que haya servido en la venta de sus productos, y en la compra que haya hecho de los productos de otro, servirá dentro de un momento para el mismo uso entre otros dos contratantes; después servirá para otros y otros en una serie progresiva que no acabara jamás; del mismo modo que un carruaje, que después de haber transportado el producto que ud, haya vendido, transportado otro, en seguida otro y así sucesivamente.  Cuando ud, no vende fácilmente sus productos ¿dice por ventura que es porque los compradores no tienen carruajes para llevárselos? Pues cabalmente el dinero no es más que el carruaje del valor de los productos.   Todo su uso se ha reducido a acarrear a casa de ud, el valor de los productos que había vendido el comprador para comprar los que ud, y así mismo trasportara a casa de aquel a quien ud, haga una compra por el valor que los productos que haya vendido a otros.


“Compra ud, pues, y compran todos las cosas que necesitan con el valor de sus productos, transformando momentáneamente en una suma de dinero.  De lo contrario  ¿Cómo se podrían comprar ahora en Francia, en el espacio de un año, seis y ocho veces más cosas que las que se compraban en el miserable reinado de Carlos VI?  Es evidente que sucede esto porque se producen en ella seis u ocho veces más cosas que antes, y porque se compran estas cosas unas con otros”. 

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