LOS FUNDAMENTOS DE LA LIBERTAD
Friedrich A. Hayek
PRIMERA PARTE
EL VALOR DE LA LIBERTAD
Capitulo 3. Progreso y sentido común.
1.
Progreso y sentido común.
Hoy la mayor parte del mundo tiene sus
esperanzas puestas en el continuo progreso, es común plantease entre los
intelectuales si existe tal cosa o al menos si el progreso es deseable.
En un
sentido, la civilización es progreso y el progreso es civilización. La
conservación de la clase de civilización que conocemos depende de la actuación
de fuerzas que en condiciones favorables provocan progreso.
La
historia de la civilización es el relato del progreso, la civilización comenzó, cuando el hombre se dedico
a la vida ciudadana. Todas las
consabidas quejas contra la industrialización, el capitalismo o el elevado
refinamiento son principalmente protestas contra una nueva forma de vida que el
hombre emprendió poco tiempo ha, después de más de medio millón de años de
existencia como cazador errante, y que creó problemas que todavía no ha
resuelto.
2.
Progreso y mejora.
La evolución social no puede denominarse
progreso, dado que no se logra por la razón humana esforzándose por medios
conocidos hacia un objetivo fijo. Sería más
correcto pensar en el progreso como un proceso de formación y modificación del
intelecto humano; un proceso de adaptación y aprendizaje. El progreso consiste
en el descubrimiento de lo que todavía no es conocido, sus consecuencias deben
ser impredecibles. La razón humana no
puede predecir ni dar forma a su propio futuro.
Sus progresos consisten en encontrar donde estaba el error.
Las
teorías del progreso estas, pues, diferenciadas en dos distintos tipos,
correspondientes a dos tipos políticos radicalmente opuestos y que ejercen su
atracción sobre temperamentos antagónicos.
Uno de los tipos lo constituyen los idealistas y socialistas
constructivistas, que pueden nombrar todas las calles y torres de la “ciudad
dorada”, que imaginan como si estuviese
situada justamente al otro lado del promontorio. El desarrollo del hombre es un circuito
cerrado, sus fases se conocen y están al alcance. El otro
tipo lo integran aquellos que, a la vista de la gradual ascensión del hombre,
creen que por la misma interrelación de fuerzas que le han conducido tan lejos
y mediante un posterior desarrollo de la libertad, para cuya obtención ha
luchado, se moverá lentamente hacia condiciones de creciente armonía y
felicidad. Aquí el proceso de desarrollo
es indefinido; sus etapas son desconocidas y se sitúan en el remoto
futuro. La libertad individual dual es
la fuerza motriz y su correspondiente teoría política es el liberalismo.
El
intento de hacer que la ciencia apunte deliberadamente al conocimiento útil o,
lo que es lo mismo, al conocimiento cuya utilización futura puede preverse, es
lo mismo que impedir el progreso. El
progreso, por su propia naturaleza, no admite planificación.
También
a menudo el conocer más nos hace más tristes.
Aunque el progreso consiste en lograr cosas por las que hemos estado
esforzándonos, ello no significa que a todos les agraden los resultados o que
todos resulten gananciosos. El progreso,
es un término que dice poco acerca de si la nueva situación nos dará más
satisfacción que la vieja.
La
inteligencia humana no se prueba a si misma mediante los frutos de los sucesos
pasados, sino con los del presente y con los del futuro. En una sociedad estacionaria, el número de los
que progresan equivaldría aproximadamente al de los que retroceden.
Una de
las realidades más características de la sociedad progresiva es que la mayoría
de las cosas que los individuos se esfuerzan por obtener tan solo pueden
conseguirse a través de mayores adelantos. Las nuevas posibilidades llegan a
ser posesión común solo a través de ese lento proceso en cuya virtud los logros
de los pocos se hacen obtenibles para los muchos. Tienen que pasar a través de un dilatado proceso
de adaptación, combinación y mejoramiento antes de que se puedan utilizar por
completo. Esto significa que siempre
existirán gentes que se beneficien de las nuevas conquistas con antelación al
resto de los mortales.
3.
Progreso y desigualdad
El rápido progreso económico con que
contamos parece ser en gran medida el resultado de la aludida desigualdad y
resultaría imposible sin ella. La
elevación de nuestro nivel de vida al menos se debe en gran parte a un
incremento del conocimiento que facilita no solamente el mero consumo de
mayores cantidades de las mismas cosas, sino la utilización de cosas diferentes
y otras que a menudo no cocinamos antes.
El
desarrollo del conocimiento goza de tan especial importancia porque, mientras
que los recursos materiales permanecen escasos y han de reservarse para
propósitos limitados, los usos del nuevo conocimiento (donde no se reduzcan
artificialmente mediante patentes de monopolio) carecen de límites. A través de
este libre uso del conocimiento, adquirido por la experiencia de algunos de los
miembros de la sociedad, se hace posible el progreso general. Los logros de aquellos que han marchado a la
cabeza facilitan el avance de los que les siguen. “Los lujos de hoy son las necesidades del
mañana”.
Si hoy
en día los países más ricos pueden suministrar en gran medida bienes y
servicios, cuya gran mayoría no hace mucho tiempo era físicamente imposible
producir en tal cantidad, es consecuencia directa de que primeramente tales
bienes y servicios fueron puestos a disposición de unos pocos primero.
El
camino al progreso se facilita grandemente por el hecho de que otros lo hayan
recorrido antes. Muchas de las mejoras no hubieran llegado ciertamente a
constituir una posibilidad para todos sin haber sido obtenidas antes por
algunos.
4.
Experiencias respecto al modo de vivir
En una sociedad progresiva, tal y como la
conocemos hoy, los comparativamente ricos se hallan a la cabeza del reto en lo
tocante a las ventajas materiales de que disfrutan, viven ya dentro de una fase
de evolución que los otros no han alcanzado todavía. Para que una sociedad continúe progresando es
ineludible que algunos dirijan y sean seguidos por el resto.
No hay
forma de hacer generalmente accesibles las nuevas y todavía costosas formas de
vida, excepto mediante el sistema del ensayo o prueba inicial por algunos. En definitiva, para que una sociedad
planificada lograse el mismo índice de progreso que una sociedad libre, el
grado de desigualdad prevalente no sería muy distinto.
No es
posible calcular el grado de desigualdad deseable en una sociedad libre. Al fin
y al cabo, la existencia de grupos que se mantienen a la cabeza de los
restantes es una ventaja para los que van detrás, de la misma forma que a todos
nos aprovecharía grandemente el hecho de que pronto pudiéramos procurarnos el más
avanzado conocimiento obtenido bajo mas favorables condiciones por otros seres
en un continente anteriormente desconoció o en otro planeta.
5.
Aspectos
internacionales.
Es difícil discutir desapasionadamente el
problema de la igualdad cuando afecta a los miembros de nuestra propia
comunidad.
La circunstancia de que los
pueblos occidentales dispongan de más riqueza que los demás tan solo en parte
es debida a una mayor acumulación de capital.
La razón se ha dado principalmente a la utilización más efectiva del
conocimiento.
Los pueblos occidentales no solo
son más ricos porque están más adelantados en conocimientos tecnológicos, sino
que poseen conocimientos tecnológicos más adelantados porque son más ricos.
En relación con lo anterior,
merece la pena recordar que las clases económicamente más avanzadas son las que
hacen factible que un país tome la delantera en el progreso mundial.
6.
Redistribución
y velocidad del progreso.
Desde luego, aquella sociedad que permita
tan solo el encumbramiento de los privilegiados políticos o en la que quienes
primeramente se encumbraron, tras obtener el poder, lo utilicen para mantener
sojuzgados al resto de las gentes, no es mejor que la sociedad
igualitaria. La resistencia opuesta a la
mejora de algunos constituye a la larga un obstáculo para la prosperidad de
todos y no daña menos al verdadero interés de la masa, por mucho que satisfaga
las momentáneas pasiones de esta.
7.
Progreso
material y restantes valores.
Con respecto a los más avanzados países de
Occidente, a veces se arguye que el progreso es demasiado rápido o
exclusivamente material. Probablemente estos dos aspectos están relacionados
íntimamente. Las épocas de muy rápido
progreso material raramente han sido periodos de gran florecimiento en las
artes. Quizá sea natural que tras los
periodos de rápido incremento de la riqueza tenga lugar un movimiento hacia lo
inmaterial, o que cuando la actividad económica ya no ofrece la fascinación del
rápido progreso, algunos de los hombres mejor dotados se vuelvan hacia la
consecución de otros valores.
Para algunos este progreso
constituye una completa tragedia, y para cuantos preferirían vivir de los
frutos del pasado sin tomar parte en la futura carrera, el progreso entraña una
maldición más bien que una bendición.
Si abandonamos el progreso,
tendremos que prescindir de todas esas mejoras sociales en las que hoy tenemos
nuestras esperanzas. Todos los anhelos
adelantados en materia de educación y de sanidad, así como la realización de
nuestros deseos de que al menos gran parte de los pueblos alcance los objetivos
por los que luchan, dependen de la continuación del progreso. Únicamente hemos de tener siempre presente
que suprimir el progreso de la cabeza significaría impedir pronto el de todos
los miembros, percatándose así de que realmente es lo único que no debemos
querer.
8.
Civilización
y progreso continuo.
Aunque superficialmente pudiera parecer
que en la actualidad compiten dos tipos de civilización buscando el favor de
los pueblos del mundo, las promesas que ambas ofrecen a las masas, las ventajas
que airean, son esencialmente idénticas.
Y aunque tanto los países libres los totalitarios pretenden que sus
respectivos métodos satisfarán más rápidamente las apetencias de la gente, el
objetivo en si les parece el mismo. La
principal diferencia estriba en que solo los totalitarios saben claramente como
quieren lograr esos resultados, mientras que el mundo libre puede mostrar
únicamente sus logros pasados, dado que, por su misma naturaleza, es incapaz de
ofrecer cualquier plan de tallado para ulterior desarrollo.
Creen, tan firme y tan
equivocadamente como lo pobres de cualquier país, que sus objetivos pueden
lograrse mediante una redistribución de la riqueza. Las enseñanzas de Occidente le han confirmado
en esta creencia, y a medida que su vigor aumente serán capaces de obtener por
la fuerza tal redistribución si el incremento de riqueza que provoca el
progreso no es lo bastante rápido.
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